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 Toledo   (entrevista a Dionisio González)




-En esta ocasión y para el proyecto ‘Toledo Contemporánea’ ha abandonado la periferia para adentrarse intramuros de la ciudad imperial. Pudiendo haber retratado otros ángulos de Toledo, incluso su propia periferia, ¿a qué se debió la decisión de entrar en el Toledo ancestral?

En una ciudad como Toledo el conflicto urbano se encuentra por una parte en el deseo de convertirse en ciudad global; es decir, en una articulación de esa red fuera de la cual se pierden múltiples oportunidades de crecimiento económico y competitividad. Y por otra parte el conflicto se encuentra también en la reconsideración de Toledo como parque temático, acotado, cercado, presentado en un espacio homogéneo, cuya ideología y canalización señalética conducen a los usuarios por significados prefabricados; en suma, convertidos en una especie de proceso de aculturación a partir de la idea de intercambio, que siempre es asimétrico, de ideas y productos entre nativos y turistas. Definitivamente este conjunto de conceptos me alejaron de la periferia y en cierto modo como en la serie de Venecia me llevaron al Toledo ancestral que mencionas y que es fruto de una economía de escalas que entienden que la periferialización se produce desde las pequeñas tácticas del habitar hasta la ausencia estratégica en la geopolítica global, donde si se inserta por ejemplo Bilbao.

-¿De qué amenaza nos avisan esos edificios de arquitectura contemporánea que han aterrizado para abigarrar el ya de por sí apretado perfil de construcciones en el casco antiguo de Toledo?

En primer lugar estos edificios tienen la función de provocar. Y en segundo lugar nos advierten, al hilo de la respuesta anterior, que la encrucijada de sostener ese Toledo patrimonial, esa ciudad museo, o ese supercentro, puede terminar convirtiéndose en el verdadero simulacro. Es decir, una ciudad centrada en la rememoración y las redes de micronegocios por encima del concepto de una ciudad vivida y vívida más allá de esa sacudida fantasmática que acompaña a todos los establecimientos con el acero de sus armaduras y espadas y la configuración de la aventura a partir de espacios urbanos que son transformados en centros comerciales sin necesidad de nuevos edificios o promociones. Llevando a cabo un comercio concentrado en zonas peatonales pero que homogeniza las claves del encuentro y deposita en la ciudad la percepción de un espacio recreado para el otro.

-¿Cuándo llegó a Toledo para trabajar en estas obras? ¿Cuánto tiempo pasó allí hasta dar con los escenarios que quería retratar y cuál es la anécdota más jugosa que recuerda sobre el proceso de captura de las imágenes?

Estuve en dos ocasiones en Toledo. La primera me sirvió para, al margen de alguna toma fotográfica, configurar los conceptos, los escenarios y las balizaciones, de las imágenes. Fue una visita más estratégica y la espacié varios meses en relación a la segunda para establecer mejor las ideas. En la segunda visita, ya con la conceptualización, la representación y la posproducción más claras, visité aquellas localizaciones ya georreferenciadas y las fui capturando en diferentes horas del día.

-¿Qué significa para usted hoy la obra de El Greco?

El ejemplo de alguien que fuera de las convenciones se dedicó a la búsqueda del desarrollo de una pintura imprudente y formalista, de acuerdo con sus propios conceptos teóricos y el carácter filosófico de su arte. Cuya obra se actualiza permanentemente en torno a la pintura ascensional al cromatismo intenso y a las figuras estilizadas que mantuvo a contracorriente.

-Tras usar Toledo como campo de juego fotográfico y pictórico, ¿Cuál cree que es la huella de El Greco que permanece viva en Toledo más allá de sus pinturas?

Nunca ha habido una asociación tan clara de un pintor a una localización, en este caso en la que transcurrió más de la mitad de su vida, salvo ejemplos más obvios como el Canaletto en Venecia. Este atravesamiento de la ciudad y el autor se manifiesta, incluso en la actualidad, especialmente cuando Toledo pierde el favor de la Corte y los gobernantes apelan al orgullo cívico de los nativos dejando de ser la ciudad imperial y pasando a ser un ideologema en el sentimiento social de la ciudad inflamada y protegida por los santos que pintó el Greco.